¡Hola, mininos! De nuevo vengo con una entrada de debate sobre
un tema que se me ocurrió mientras estudiábamos a Emily Dickinson. Si os acordáis de lo que os comenté en la reseña de
Carta al mundo y otros poemas, entenderéis por qué esa peculiar autora me inspiró a escribir esta entrada. Sin embargo, no quiero quedarme ahí,
quiero hablar de lo que conlleva (o no) convertirse en escritor. ¿El ostracismo es necesario? ¿Tiene una persona que recluirse y aislarse socialmente de forma notable para poder desarrollar sus habilidades artísticas?
Emily Dickinson nació en 1830 en Amherst, Massachusets. Pertenecía a una familia con unos valores muy tradicionales;
su padre era una figura política importante en la ciudad, le compraba muchos libros pero le rogaba que no los leyera porque nublaban el sentido, y su madre se limitaba a hacer las tareas del hogar sin preocuparse demasiado por nada. Su padre murió de un infarto, su madre quedó en estado dependiente al sufrir otro y Emily y su hermana Lavinia se vieron obligadas a cuidar de ella cuando su querido hermano mayor, Austin, se casó y se mudó.
A partir de 1860, Emily se recluyó en su casa sin prácticamente establecer contacto con nadie del exterior. Mantenía correspondencia con algunos amigos, puede que incluso tuviera algún que otro novio a distancia, hablaba con las pocas visitas que tenía a través de la puerta semi abierta de su habitación y se
vestía siempre de blanco. No se sabe muy bien el por qué de todo esto.
Muchos creen que tenía agorafobia, depresión o que se había metido tanto en su papel de poetisa que por eso se tornó tan excéntrica. Sea como sea, este
fue su periodo más productivo como autora. ¿Coincidencia? J.D. Salinger tampoco salía demasiado, al igual que Proust, mi adorado Patrick Rothfuss tiene una cabaña sin conexión Wi-Fi donde pasa horas y
E.A. Poe no es conocido precisamente por ser muy sociable, como ya vimos en otra entrada de esta sección. Todos son grandes autores. ¿Coincidencia?
A lo que quiero llegar es que como devota lectora y escritora aficionada sé que la literatura muchas veces implica soledad, especialmente en el caso de la escritura. No me malinterpretéis, una vez realizada una lectura puedes charlar sobre ella y siempre puedes leerle a alguien, obviamente, pero en sí mismo el mundo de los libros es bastante individualista. Escribir un libro... es un proceso mucho más complicado y duro. La literatura transmite ideas y sentimientos de todo un colectivo mundial, esa es una de las cosas que más me gusta de ella, y sin embargo para leer o escribir solo te necesitas a ti mismo. Me gusta leer, me gusta escribir, pero en ocasiones he tenido que decir a mis amigos que no quería/podía salir, me he pasado la noche entera leyendo/escribiendo historias mientras todos dormían y, sí, he tenido que soportar comentarios de mi familia o amigos sobre lo poco que se me ve el pelo en todas y cada una de sus variantes, expresiones y tonos.
Ya en pleno siglo XXI, me alegro de que se esté intentando ampliar los horizontes de los amantes de las letras. Con la funcionalidad de las redes sociales y su capacidad para fomentar la comunicación a nivel mundial, el surgimiento de lo que se conoce como Booktube, el auge de la blogosfera estos últimos días y el fomento de quedadas, festivales y ferias, creo que se puede decir que más que nunca se quiere hablar de libros. Yo, por mi parte, no puedo más que apoyar la causa siempre que puedo, ya que de no ser por mi pasión por los libros no habría conocido a algunas personas que son imprescindibles en mi vida. ¿Significa eso que no hay que sacrificar un poco (aunque se haga de forma voluntaria, ojo) nuestra vida social para disfrutar de la literatura? La verdad es que lo pienso y me vienen a la cabeza las miles de páginas de agradecimientos de las novelas que leo y nunca falta una disculpa a X por dedicarle mucho tiempo al arte de escribir, por aguantar las ausencias, por entender que uno necesita aislarse.
Escribir, mucho más que leer, es una tarea difícil y supongo que no se valora como se debería. Que los libros no crecen en los árboles, que las oraciones no se forman solas, que los personajes no cobran vida y vuelan por las páginas tomándose un Redbull, aunque más de uno desearía que así fuera. Escribir implica reflexionar, crear, pensar y repensar y eso, sintiéndolo mucho, suele conseguirse en soledad. Puede que ya lo sepáis, pero yo estoy intentando terminar mi primera novela; seguro que muchos de vosotros también (si es que no lo habéis conseguido ya). A veces me apena pensar que me he perdido cosas especiales por estar aquí sentada, tecleando y pensando en cosas que no existen. Luego recuerdo que lo hago porque me gusta, claro, porque es un reto para mí y me gusta superarme, porque sería la persona más feliz del mundo si publicase mis historias algún día. No obstante, esa pena no se esfuma, sigue ahí, aunque esta vez la he metido bajo la alfombra. No sé. ¿Soy la única que ve algo triste en todo esto?
Sé que los libros, como todo, requieren esfuerzo. Sé que la creatividad, como todo, tiene un precio. Sé que esta entrada, como todo, es solo una visión un tanto melancólica de lo que supone ser escritor. Sé que mis palabras, en realidad, no son más que una excusa barata para pedir perdón a esa gente que me quiere haga lo que haga y tarde lo que tarde en hacerlo.
¿Vosotros qué pensáis? ¿Creéis que es bueno aislarse tanto para dedicarse por completo a la literatura? ¿También escribís? ¿Compartís mi visión un tanto melancólica de este asunto?
Lilly.